miércoles, 15 de junio de 2011

Abrió rápidamente la puerta y se cayó por el hueco del ascensor.

No le tememos a la muerte, tememos a irnos sin dejar rastro. Sin que nadie se entere y rompa a llorar. 


El universo nos manda pequeñas señales y nuestro deber es interpretarlas, abrazarlas, dibujarlas. Yo, tras varios intentos de moldear mi cabeza, sigo aquí sentada en la cama, sin saber a dónde ir. A dónde ir a parar es la cuestión. Me atormenta la idea de los remordimientos, del desencanto, de la desdicha, y no puedo hacer nada para evitarlo. No puedo ponerme extensiones y hacer como si nada ha pasado. Mi cama es una ruina y la espalda me cruje cansada de cargar con mi positivismo a todas partes.
A todos nos puede pasar algo. Podría morir ahora mismo  cuando baje a por algo de comer. No quiero malgastar horas, ni siquiera un minuto más en llorar, a no ser que sea bajo la lluvia o encima de un escenario.


Yo tengo mi historia. Mi historia triste, como todo el mundo; pero por lo menos no estoy muerta por dentro.

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